Nuestra alimentación no está condicionada únicamente por factores biológicos, como el hambre y la saciedad
Otros factores (culturales, geográficos, religiosos, económicos...entre los cuales se destacan los psicológicos y emocionales) también influyen mucho en nuestra alimentación.
La primera idea que hay que destacar es que, ante una situación desagradable como es el hambre, la ingesta de comida; al eliminar dicha sensación desagradable, desata en nosotros sensaciones afectivas positivas (en especial, de ciertas comidas saciantes y apetitosas). De esta manera, se va desarrollando una relación comida – sensación positiva, que puede funcionar, incluso, cuando no se tiene hambre: el apetito emocional.
Así, cuando nos encontramos mal por una causa ajena a la alimentación (por ejemplo, por un problema afectivo o laboral), tenemos tendencia a compensar esta sensación negativa con comida, que sabemos desatará en nuestra mente emociones positivas. En caso de problemas psicológicos prolongados, esta indeseable asociación emocional entre ciertos alimentos y sensación de bienestar puede ocasionar problemas graves de alimentación, que no harán más que retroalimentar el malestar psicológico, debido a la obesidad y todo lo que esta lleva aparejado.
Efecto Estrés...
Otro aspecto muy importante es el efecto del estrés en la alimentación. Cuando dicho estrés es ocasional, se producen respuestas psíquicas y fisiológicas que llevan a reducir la ingesta de alimentos. Sin embargo, cuando la situación de estrés se prolonga en el tiempo, la tendencia es la contraria y pueden darse casos de sobrealimentación. La razón podría estar en que ciertos alimentos dulces y cremosos aumentarían la producción interna de endorfinas y otras sustancias opiáceas similares, con las que el organismo intentaría combatir el estrés que le acosa.
Es de destacar una asociación particularmente grave entre estrés y conducta alimentaria en el caso de los adolescentes.
La tensión prolongada conduciría a estos, según ciertos estudios, a reducir la ingesta de alimentos sanos, como las frutas y las verduras, en favor de otros más calóricos y menos recomendables, como golosinas y comida chatarra. Incluso, aumentaría la tendencia, sumamente perniciosa, a no desayunar, cosa comprobada por diversos estudios que favorece el sobrepeso a largo plazo.
Otro efecto negativo del estrés puede darse en personas que siguen una dieta demasiado estricta. Dicho seguimiento comporta un determinado nivel de tensión, por el esfuerzo que supone imponerse ciertas restricciones.
Si, en esa situación, surge un estrés adicional, proveniente de otro campo diferente (laboral, emocional,...), el nivel global de estrés se puede hacer excesivo y, para reducirlo, uno tiende inmediatamente a abandonarse la dieta, o al menos relajarse y volver a los hábitos alimentarios pocos saludables.
¿Como resolverlo?
El conocimiento de los factores emocionales que influyen en la alimentación puede sernos muy útil para, en la medida de lo posible, controlarlos y hacer que trabajen a favor de nosotros, y no en contra.
Por ello, si tenemos un problema de obesidad o sobrepeso y percibimos que en ocasiones comemos de más en situaciones de estrés, sería conveniente que intentáramos evitar dichas situaciones en la medida de lo posible: cambio de trabajo o de actitud frente a determinados problemas, técnicas de relajación, psicoterapia, auriculoterapia...
Es por eso que recomiendo y ofrezco complementar, los tratamientos nutricionales personalizados e integrales con PSICOTERAPIA GRUPAL, coordinada por una Lic. En Psicología, que acompañara cada paso del proceso de adelgazamiento, ayudando a controlar el apetito emocional, y haciendo consciente de ciertas asociaciones indeseables, para luchar contra ellas. La salud física y psíquica lo agradecerá y el esfuerzo, a buen seguro, compensará con cambios exitosos y gratificantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario