Si la temperatura del agua está fría (entre los 19° y los 26°), se pueden incrementar las funciones metabólicas de nuestro organismo, y reducir inflamaciones. Si nos bañamos a esta temperatura, nuestro cuerpo sentirá en un primer momento frío, y luego sentirá calor.
El agua caliente (34° a 38°) aumenta el calor de la piel y provoca un estado de placidez. Contribuye a aliviar nuestro organismo y disminuir el estrés.
Finalmente, el agua muy caliente (39° a 45°) nos generará una sensación de desagrado al principio, pero pasada la misma sentiremos mucho placer. Si se aplica un tratamiento de agua muy caliente durante uno o dos minutos, para luego finalizarlo con agua fría, nuestro cuerpo se verá beneficiado, puesto que esto contribuye a nuestro sistema circulatorio.
Como se puede apreciar, una mera ducha no puede catalogarse como hidroterapia, puesto que sólo con eso no se influirá en nuestra salud y bienestar.
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